lunes, 18 de mayo de 2015

Predique con quebrantamiento

Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. 2 Corintios 12:10

Un día un pastor y su esposa fueron a escuchar a un predicador muy prometedor. El pastor se dirigió a su esposa y dijo: “Él es un buen predicador”. “Sí”, respondió ella, “ pero será mejor cuando haya sufrido un poco más”. Grandes predicadores son forjados en el horno de la aflicción.
Es una verdad indiscutible que las aflicciones, las tribulaciones y las pruebas, son los requisitos para una predicación apasionada. Si la predicación es la Palabrade Dios a través del hombre, ese hombre debe ser un vaso por medio del cual pueda fluir la verdad. Tal preparación es el resultado de tribulaciones. Alexander Maclaren dijo: “Se requiere un hombre crucificado para predicar al Salvador crucificado”.1 Dios no usa a un predicador con poder sino hasta que lo ha hecho humano, hasta que llega a ser como el Maestro: “un varón de dolores, experimentado en quebrantos” (Isaías 53:3). Una flor debe ser presionada para que libere su fragancia; la vasija tiene que ser quebrada para que pueda fluir su perfume; así también el “frasco” humano debe ser hecho añicos y quebrantado para que dulces palabras de gracia puedan fluir de él para que le den sabor a la vida y a la muerte.
Cuando nuestro corazón está quebrantado, entonces aprendemos a predicar a otros cuyos corazones también lo están. La predicación es para alcanzar corazones duros y sanar corazones quebrantados. Y eso se logra cuando el predicador también ha atravesado por su propio valle de aflicción.3
El quebrantamiento es un requisito para ser fuerte y vigoroso y así llegar a ser un predicador apasionado. Una lágrima en los ojos y un corazón dolido le proveen una rara elocuencia a la predicación.
A pesar de que yo creo que el entrenamiento del seminario es un elemento indispensable en la preparación de un hombre de Dios para ocupar el púlpito sagrado, también estoy de acuerdo en que esa preparación no es suficiente para un ministerio efectivo. Los seminarios no están preparados para bautizar el púlpito en las aguas de la aflicción, ni pueden hacer que el estudiante beba del vaso del sufrimiento (Mr. 10:38–39). Hay una materia más que es enseñada por el Maestro mismo, donde el Señor guía al hombre de Dios a través del valle de aflicciones hasta que emerge quebrantado como un siervo rendido a Dios. Los seminaristas piensan que un poco de hebreo mezclado con algo de griego, sazonado con teología y la Biblia, y servidos en el plato de la homilética, constituyen la predicación y contiene los elementos de la misma. Eso es un error. El seminario entrena la mente, pero el sufrimiento capacita el alma.
La Bibliahabla directa y positivamente acerca de las tribulaciones en la vida del creyente, y aun mucho más en la vida del predicador:
Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros.
—Mateo 5:11–12
Ellos, pues, salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre.
—Hechos 5:41
Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado.
—Romanos 5:3–5
Porque a vosotros se os ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en El, sino también sufrir por El, sufriendo el mismo conflicto que visteis en mí, y que ahora oís que está en mí.
—Filipenses 1:29–30
Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Al presente ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia.
—Hebreos 12:6, 11
Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia, y que la paciencia ha de tener su perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada. Bienaventurado el hombre que persevera bajo la prueba, porque una vez que ha sido aprobado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que le aman.
—Santiago 1:2–4, 12
En lo cual os regocijáis grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo.
—1 Pedro 1:6–7
En resumen, las tribulaciones son el refinamiento del fuego del Señor, para así purificar al siervo para un servicio eficaz.

Los efectos del quebrantamiento
El Señor debe quemar los “metales extraños” de sus ministros. Toda impureza que pueda perjudicar la Palabradel Señor tiene que ser quitada de sus vasos escogidos. Muchas impurezas tienen que ver con el ego: autojustificación, autosuficiencia, el egoísmo y aun autoexaltación. Al igual que el oro en el crisol, así debe ser purificado el corazón del predicador para que al mirar en él, el Señor vea su propio rostro y nada del hombre. Dios quebranta a quien está lleno de sí mismo; solo así puede usarlo el Señor.
Los efectos del quebrantamiento
 
> Humildad.
> Fe y dependencia.
> Compasión y amor.
> Realidad.
> Sobriedad.
> Justa indignación.
> Denuedo.
1. Humildad. Un hombre quebrantado es un hombre humilde. El orgullo es lo opuesto a la obediencia; es gemelo de la autojustificación. El orgullo no es siervo de nadie, ni cuida a nadie. Por tanto, Dios no puede usar a un hombre orgulloso. En realidad tales hombres tienen un alto concepto de sí mismos y caen en la condenación del diablo (l Ti. 3:6). Las Escrituras no se equivocan: “Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes” (Stg. 4:6).
Los grandes siervos del Señor fueron quebrantados de su orgullo antes de ser usados poderosamente. Moisés procuró liberar a Israel por medio de sus propias fuerzas y poder, tan solo para ser rechazado por su propio pueblo y tener que huir a Egipto. Él tuvo que vivir una vida muy oscura como pastor en el desierto. ¡Qué contraste con la gloria de Egipto! Fue un tiempo de refinamiento por medio de lo desolado del lugar. Pero después de cuarenta años, Dios pudo decir de Moisés: “Moisés era un hombre muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra” (Nm. 12:3). Como el cayado en la mano de Moisés hacía lo que él dictaba, así fue Moisés en las manos de Dios. Muy pocos han logrado tal lugar en la historia de la redención.
También tenemos a Job. ¿Quién podría pensar que Job tuviera algunas impurezas? Sin embargo, él argumentó con Dios por el trato que le daba, vacilando entre la desesperación y la desaprobación porque él pensaba que era una persona limpia. Sin embargo, inclusive este gran hombre tenía cosas que mejorar. Además era muy orgulloso. Por tanto, Dios lo quebrantó por medio del desastre, la muerte, dolor, desvarío y abandono. Fue abandonado y dejado solo en un montón de cenizas reflexionando en los misterios del universo: ¿Por qué sufren los justos? Luego encontró la respuesta. Porque nadie es lo suficientemente justo. Al final, Job se arrepintió en polvo y ceniza, como un hombre quebrantado.
Su similar en el Nuevo Testamento es el apóstol Pedro. Nos agrada señalar sus faltas personales: impetuoso, metiéndose en todo y escandaloso. Sin embargo, él fue el más fiel y leal de todos los discípulos. Recuerden, solo él caminó sobre el agua. Pero también Pedro, necesitaba que su orgullo fuera quebrantado. El también contendió con los otros discípulos acerca de quién era el más grande. En la más oscura noche dejaron ver su parte más negra: el orgullo (Lc. 22:23–24). A pesar de esto, Jesús predijo el tiempo de la purificación de Pedro acompañada de mucha utilidad para Cristo. Aunque Pedro se resistió, la palabra de Cristo prevaleció y Pedro fue purgado de su autoglorificación (Lc. 22:31–34). Ahora él era un vaso humilde, santificado y útil para el Maestro. Ahora era un “anciano compañero” no el anciano principal o el papa. Era una persona quebrantada.
Un púlpito bajo el cuidado de un hombre que no está quebrantado es para él un trono desde donde demanda adoración por su habilidad artística. Pero para una persona quebrantada, el púlpito es un yugo que lo ata como su compañero para cargarlo por el camino de la vida. El púlpito no es entonces un arma, sino un instrumento para estimular y confortar.
Para una persona quebrantada, el púlpito es un yugo que lo ata como su compañero para cargarlo por el camino de la vida.
¿Está usted en medio de pruebas? Tal vez Dios está tratando de humillarlo para que sea un mejor siervo, para que Él pueda confiarle más de su viña.
2. Fe. La meta principal de la predicación es volver el corazón de la gente a Dios, es crear fe, fe viva en Dios. Así es como el escritor a los Hebreos describe a un líder: “Acordaos de vuestros guías, que os hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imitad su fe” (He. 13:7). Pablo amonestó a Timoteo a que fuera un “ejemplo de los creyentes” (1 Ti. 4:12).
El predicador debe ser un hombre de fe que no solo señala el camino hacia Dios, sino que también muestra con su vida que él vive dependiendo constantemente de Dios. La autosuficiencia y la autodependencia es carencia de fe. Los asistentes a la iglesia generalmente saben que no deben dejar de depender de Dios. ¿Pero lo sabe el hombre del púlpito? ¿Vive usted su vida dependiendo de Dios?
El apóstol Pablo, en la segunda carta a los Corintios, dice cómo fue que Dios lo quebrantó y le enseñó a confiar absolutamente en Él. Leemos entre líneas que la autodependencia de Pablo todavía era un estorbo para su ministerio. El Señor le dio a Pablo “un aguijón en la carne, un mensajero de Satanás” para que no se exaltara a sí mismo. Dios prefirió no contestar la oración de Pablo por liberación, más bien usó tal aflicción para enseñarle a depender de Él (2 Co. 12:7–8). Noten cómo Pablo se gloría en su quebrantamiento:
Y El me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí. Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
—2 Corintios 12:9–10
Una persona quebrantada (en oposición a un hombre débil) es hecho más fuerte porque su confianza está en el Señor. Él conoce a Dios, por eso puede darlo a conocer.
3. Compasión. Alguien definió la compasión como “tu dolor en mi corazón”. Tal dolor se comprende mejor cuando nosotros pasamos por las mismas pruebas que los otros. No voy a repetir las cosas tratadas en el capítulo sobre la compasión, pero quiero enfatizar aquí que la compasión viene por medio del quebrantamiento. Podemos hacer mejor el trabajo de predicar para sanar el dolor de los otros, cuando hemos experimentado la mano de Dios en nuestros propios dolores. Esto fue lo que hizo que Pablo llenara los requisitos para ser un sanador de almas:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.
—2 Corintios 1:3–4
Nosotros podemos atestiguar de la bondad y misericordia de Dios cuando, de primera [1]mano, hemos experimentado de ella.
Por alguna razón el pueblo de Dios estará más dispuesto a escucharnos cuando decimos: “Yo he pasado por tiempos difíciles similares”. Ellos saben que con toda honestidad podemos sentir su dolor. Un hombre sabio dijo: “Nunca debemos criticar a alguien hasta que hayamos caminado un kilómetro en sus zapatos”. Hay sabiduría en tal expresión. Dios hace de nosotros ministros y predicadores competentes forzándonos a caminar en el calzado de nuestra gente, un kilómetro o dos.
La principal diferencia en mi predicación actual y la de mis primeros años es que ahora predico como uno de ellos, de los que me escuchan. En tiempos pasados les predicaba sermones. Me preocupaba más en estar involucrado en el texto bíblico, la forma de transmitirlo y en la visible e inmediata reacción de ellos a mi mensaje. Ahora, el paso de los años me ha dejado cicatrizado y herido. Actualmente mi predicación está profundamente caracterizada por cómo puedo traer sanidad a una congregación que sufre. He aprendido a simpatizar con ellos.
Que-bran-ta-mien-to s. debilitado en su fortaleza y espíritu; puesto en sumisión; sobrecogido por el dolor.4
4. Realidad. Hemos sido acusados de ser de “otro mundo;” no es que seamos celestiales, sino que parece que hemos venido de otro planeta o que no tenemos una perspectiva muy clara. Predicamos acerca de cosas que las personas no han experimentado y que jamás llegarán a conocer. Parece como si algunos de nosotros viviéramos en otro siglo, otros en otra década y aun otros en otro país.
Es posible leerla Bibliacon lentes color de rosa, es decir, buscando las cosas ideales. Predicamos como si todos los grandes hombres y mujeres dela Bibliafueran perfectos. Cuando predicamos sobre los personajes bíblicos, solo mencionamos sus virtudes y nunca sus errores. Implicamos que las iglesias del Nuevo Testamento eran ideales y que las nuestras son muy distintas de las de entonces. Pero, si somos francos, tenemos que reconocer que nuestras iglesias son iguales que las del primer siglo: imperfectas, a veces sin atractivo e inclusive que hasta nos avergüenzan. Sin embargo, de alguna manera somos incapaces de presentar esta realidad a nuestra gente.
Los seminaristas y predicadores jóvenes son idealistas. Su tendencia es ver el mundo como debería ser y no como realmente es. Tal idealismo dicta la forma como ellos actúan en los asuntos de la vida. Los solteros hablan del matrimonio ideal. Un matrimonio sin hijos habla de la familia ideal. Un padre joven habla de un adolescente ideal, etc, etc. Esos idealismos no son reales ni justos. Es una carga que no debería imponérsele a nadie porque este mundo es un mundo caído y lleno de imperfecciones. La vida está “contaminada”. Nos esforzamos solamente en sacarle el máximo provecho, y a veces, de mejorarlo.
El quebrantamiento tiene el efecto de que nos enseña a vivir en un mundo real, lleno de dolores y decepciones, fracasos y temores, manchas y marcas. “Sé realista”, es lo que Dios nos dice. ¡Quítate los lentes color de rosa! ¡Mira el mundo tal y como es! Luego predícale a este mundo confuso.
Necesitamos honestidad aquí. A veces los predicadores no viven en el mismo mundo que sus congregaciones. Algunos no viven en las comunidades de sus feligreses. Ni siquiera mandan a sus hijos a las mismas escuelas que ellos. No se encuentran en la misma escala de salario (hay pastores que ganan más que sus congregantes) y no trabajan el mismo número de horas (muchos trabajan menos horas en promedio que las familias de la iglesia). Desde sus torres de marfil, ellos establecen principios para la vida que nunca han sido puestos en práctica en la vida real.
Sin embargo, la vida como escuela es un gran estabilizador. Tiene la característica de hacernos ver la realidad de la misma, porque toda clase de dificultades desciende sobre nosotros y hace que explote nuestra burbuja de idealismo. Nos damos cuenta de que las iglesias no crecen de un día para otro (si es que acaso crecen), que nuestros mensajes no se comparan con los de MacArthur o Swindoll, que el pueblo del Señor puede ser cruel y no se dan cuenta de ello, que nuestro matrimonio tiene sus lados flacos, que nuestros hijos desobedecen y que el ministerio puede ser una verdadera carga. ¡Bienvenido al mundo de la realidad! Ahora sí que Dios puede usarlo. Ahora sus sermones tendrán un aire de ser auténticos. Su congregación dirá de usted: “Este hombre vive en mi mundo”.
Nosotros los predicadores notaremos quela Palabrade Dios y los principios que contiene funcionan en un mundo que no es perfecto. La perfección no es un requisito para la felicidad. Dios puede hacer que una mujer viuda o alguien soltero sean felices. Dios suple con gracia donde hay una enfermedad, cuando Él rechaza el clamor que pide sanidad. El dinero no es la respuesta a todas las cosas. Cosas rutinarias y tiempos estériles son parte de la esencia de la vida. Así que aprendamos a gozar las pausas que refrescan, a pesar de cuán pocas sean. Un predicador escribió el libro de Eclesiastés para predicadores. La vanidad es parte de un mundo real, pero no es el objetivo final. Cuando nuestros pies están firmemente plantados en la tierra, podemos comenzar a vivir y podemos empezar a predicar apasionadamente.
La escuela de Dios de las experiencias difíciles nos enseña a enfocarnos en las cosas de la vida que realmente importan.
5. Sobriedad. Algo casi igual que la realidad, es lo que yo llamo “sobriedad”. Tal como las pruebas rompen las burbujas del idealismo, las aflicciones es lo que remueve la “paja” de nuestras vidas. La escuela de Dios de las experiencias difíciles nos enseña a enfocarnos en las cosas de la vida que realmente importan. Otras palabras para describir lo anterior pudieran ser perspectiva o enfoque. A mí me gusta la palabra sobriedad, la que se refiere a alguien que no está intoxicado con las cosas necias de este mundo. Con frecuencia Dios nos pide que vivamos vidas sobrias:
Pero tú, sé sobrio en todas las cosas.
—2 Timoteo 4:5
Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo…, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente.
—Tito 2:11–12
Por tanto, ceñid vuestro entendimiento para la acción; sed sobrios en espíritu.
—1 Pedro 1:13
Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed pues prudentes y de espíritu sobrio para la oración.
—1 Pedro4:7
Sed de espíritu sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar.
—1 Pedro5:8
Cuando Dios te zarandea como a trigo, cuando pone sobre ti grandes cargas de la vida, la paja se hace visible y fácilmente es aislada. Es muy sorprendente cuánto “exceso de equipaje” tenemos en nuestras vidas; y mucho tan solo es paja. Cuando los colonizadores del Norte de América hicieron el largo recorrido hacia el oeste por el camino a lo que hoy es el estado de Oregon, muy pronto aprendieron a distinguir entre lo que era esencial para la vida y lo que no lo era. Pronto el camino estuvo lleno de los “residuos de la vida”. Las dificultades en “nuestro viaje” también nos enseñan lo mismo.
La iglesia que se divide por el color de la alfombra del santuario, ya es proverbial. Esa iglesia fue dividida por gente que nunca experimentó la agonía de construir una iglesia, ni el dolor de recoger las piezas de una iglesia dividida. Para el hombre quebrantado, el color de la alfombra no tiene importancia. De hecho, la alfombra en sí no tiene valor material para el bienestar de la grey. Pero se requiere ser una persona quebrantada para ver más allá de la paja de la vida.
Nuestra predicación puede estar llena de esta cosa: la paja de la vida. No tiene significado eterno, ni siquiera importará de aquí a tres meses. Una predicación con poder trata con las verdades eternas, que es la verdadera “esencia” de la vida. Desesperadamente necesitamos más sobriedad en nuestras vidas y por lo tanto, también en nuestra predicación. El predicador que vive sobriamente predicará con sobriedad, pero únicamente la persona que ha sido quebrantada vivirá sobriamente.
Permítanme agregar una palabra aquí. Sobriedad no es lo mismo que melancolía. La vida tiene su lado agradable. La risa, al igual que las lágrimas, son de Dios. El gozo, la risa e inclusive el humor tienen su lugar en el púlpito. En el Progreso del peregrino, mientras Cristiano viajaba ala Ciudad celestial, debería evitar las distracciones dela Pradera del Camino y dela Feria dela Vanidad, pero el canto y la risa deberían acompañarlo. Sobriedad y seriedad no es lo mismo que tristeza y un espíritu melancólico.
6. Justa indignación. El predicador verdaderamente quebrantado es un predicador fogoso. La caminata por el valle de la muerte ha grabado en él la real y terrible consecuencia del pecado. Cuando una persona ha experimentado lo destructivo de ello, ya sea en su propia vida o en la de otros, ya no más puede ser un observador silencioso. Debe clamar contra el pecado. El predicador quebrantado por tal efecto del pecado está lleno de justa indignación. Hay en él un porte similar al del león, al declarar los oráculos de Dios.
Ni el pecado ni el mundo son amigos de nosotros y no debemos buscar su amistad. El pecado debería provocar en nosotros una ira justa y así sucede cuando lo evaluamos correctamente. ¿Por qué es que hay tan poca indignación en nuestros púlpitos? ¿Por qué es que la impiedad se denuncia tan poco? ¿Por qué es que existe toda esta habladuría sicológica acerca del trato bondadoso del mal? ¿Será acaso porque los que son de esa persuasión no tienen conocimiento del pecado o de la cruz del Salvador?
Ver a Cristo es ver a uno lleno de justa indignación contra la dureza del corazón (Mr. 3:5) y la hipocresía (Mt. 23:1–36). Pedro se indignó a causa de la codicia por poder, de Simón el mago (Hch. 8:20–23) y Pablo contra el legalismo (Gá. 6:11–17; Fil. 3:17–19). La naturaleza destructora y devastadora del pecado motivó en ellos una reacción fuerte. ¿No debería ser lo mismo con nosotros?
Una relación extramarital conduce al proceso de divorcio y la destrucción que le acompaña. La fornicación produce madres solteras e hijos no deseados. La embriaguez y el consumo de drogas dan por resultado un hogar pobre, maltrato de la esposa y esposos abusivos. Las injusticias sociales como el racismo crean resentimientos y segregación. Asesinatos, violaciones y brutalidad son graves males que se han infiltrado en nuestra cultura. La opresión económica por comerciantes y ladrones dentro de los negocios es un mal canceroso que afecta a muchos de nosotros. La violación de los derechos humanos básicos se ve por doquier. Cuando estas cosas le afectan a usted y llegan a ser su asunto personal, se ve forzado a hablar en contra de ellas.
7. Denuedo. Otro efecto del quebrantamiento es una valentía santa. La esposa de un fino amigo mío se enfermó de un cáncer maligno, lo que, por supuesto, afectó mucho su vida. Un efecto fue que ella se tornó muy valiente. No tenía miedo de nada ni de nadie. Cuando la muerte es una cosa inevitable, pierde su ferocidad. Ya no se le teme.
Lo mismo le sucede al predicador. Una vida vivida en “lo extremo” da por resultado que se viva sin temor a las circunstancias. Tal cosa lo vemos en los Estados Unidos actualmente. Los púlpitos están ocupados por hombres que se convirtieron de una vida pecaminosa y desesperada. Algunos de ellos fueron “gente de la calle” de la década de los años sesenta. Casi nada los atemorizaba. Ni la política ni la pobreza ni el dolor (ni siquiera la muerte) era una amenaza para ellos. Estaban inoculados contra esas cosas.
Los frecuentes enfrentamientos de Pablo con la muerte hicieron que él fuera un predicador sin temor alguno (2 Co. 11:23–28). Su motivación fue: para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia (Fil. 1:21). El apóstol fue un hombre verdaderamente crucificado y capacitado para hablar acerca de un Salvador crucificado. El apóstol Pedro fue igual (2 P. 1:13–14).
El hombre que ha experimentado la pobreza no tendrá miedo a ella. El hombre que ha conocido el dolor, éste no le afectará. El hombre que conoce la soledad no tiene temor de las pérdidas materiales ni de la del reconocimiento del público. Si un hombre ha sentido en su frente el frío sudor de la muerte, no tendrá temor del hombre o del diablo. El gran reformador, Martín Lutero, experimentó todas éstas cosas y Dios lo usó para conducir una extraordinaria reforma en contra dela Iglesia CatólicaRomana.
¿Tiene usted temor de algo? ¿Lo tiene el Señor viviendo en lo extremo? ¿Está su vida paralizada debido a la ansiedad y la duda? ¿Está temeroso de su congregación? Entonces Dios está forjando en usted un hombre de acero. Una vez que pase por el fuego, será menos tímido y estará lleno de valentía santa. La predicación apasionada solamente sabe de un temor: el temor a Dios.
¿Está dispuesto a sufrir?
La verdad es que a ninguno de nosotros nos gusta la idea de ser quebrantados. Nos aterra pensar que Dios deberá hacernos pasar por una hora de prueba para formar un predicador. Sería muy bueno poder predicar grandes sermones que hacen grandes bienes sin tener que pasar por grandes aflicciones. Pero tal cosa no es posible. Si vamos a vivir profundamente y a predicar profundamente, debemos sufrir profundamente. Así que recuerde esto: Tal vez usted sea ahora un buen predicador, pero lo será mejor cuando haya experimentado algún tipo de sufrimiento. ::FERH::

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